Antonio Berni y el arte político a través de sus obras en la década infame.
Antonio Berni (1905 – 1981) es uno de los más destacados artistas de esta época y ha dejado un increíble legado de pinturas que enfatizan su postura izquierdista durante los diferentes gobiernos de la década del 30.
Si el hombre es, por naturaleza, un animal político, Antonio Berni supuso que «todo arte y todo artista son, en última instancia, políticos»; o, por lo menos, que «todo arte admite también una lectura política», según dijo alguna vez. La multiforme y vasta obra de Berni constituye un exponente incuestionable de arte político. Muchas de las fuentes a las que hemos accedido comparten la idea de que Antonio Berni es uno de los grandes maestros que dieron origen al arte político. Debido a esto, consideramos importante el siguiente afirmación que el mismo pintor ha pronunciado: «En mi caso, lo reconozco, pienso que la lectura política de mi obra es fundamental, que no se la puede dejar de lado, y que si se la deja, no puede ser comprendida a fondo; es más, creo que una mera lectura esteticista de mi obra sería una traición».
Esto es sólo una introducción al verdadero concepto de arte político, que aquí explicaremos, en relación con la obra de los más destacados pintores que expusieron la realidad social de la década infame en sus pinturas. El arte político no es, entonces, una forma de propaganda realizada a favor de algún partido político, una ideología o un gobierno. El arte político cuestiona y exhibe según las vivencias del artista la mencionada realidad social: toda actitud y todo comportamiento que incida y recaiga sobre las estructuras generales, mentales e instituciones de una sociedad es acción política y puede desarrollarse y reflejarse en el arte de la época, por el simple hecho de que el artista lo percibe y refleja su mundo interior en el arte.
Estos son las bases del “arte de lo político”. Berni al explicar sus obras que sintetizaron de manera subjetiva el drama social de la llamada “Década Infame”, expresó las palabras que abrieron el presente trabajo: «Sucede que en un país como el nuestro, el desarrollo de la pintura no puede estar desligado del desarrollo general de la sociedad. Sin un desarrollo integral, no hay pintura desarrollada. (…) En esa época yo pensaba –y lo sigo sosteniendo–, que la función del intelectual es esclarecer las conciencias. No es que el intelectual o el artista sean decisivos en la economía o en la política, pero forman parte.»
Diremos entonces que, según Berni, el arte debe estar comprometido a reflejar, de algún modo, la realidad que circunda al artista.
«Sucede que en un país como el nuestro, el desarrollo de la pintura no puede estar desligado del desarrollo general de la sociedad.»Antonio Berni (1905 – 1981).
Centesimus Annus, de Juan Pablo II y sus críticas al marxismo y al liberalismo
En el siguiente fragmento se exponen los argumentos por los cuales la Iglesia, en la Encíclica CENTESIMUS ANNUS de Juan Pablo II, defiende el derecho a la propiedad privada. Esto, desde un punto de vista comparativo, contradice al ideal marxista. El pensamiento marxista asevera que el hombre se encuentra “alienado económicamente” por esta propiedad privada.
(…) León XIII afirmaba enérgicamente y con varios argumentos el carácter natural del derecho a la propiedad privada, en contra del socialismo de su tiempo. Este derecho, fundamental en toda persona para su autonomía y su desarrollo, ha sido defendido siempre por la Iglesia hasta nuestros días. Asimismo, la Iglesia enseña que la propiedad de los bienes no es un derecho absoluto, ya que en su naturaleza de derecho humano lleva inscrita la propia limitación. [31.1]
(…) Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. (…) Ésta, por su misma fecundidad y capacidad de satisfacer las necesidades del hombre, es el primer don de Dios para el sustento de la vida humana. Ahora bien, la tierra no da sus frutos sin una peculiar respuesta del hombre al don de Dios, es decir, sin el trabajo. Es mediante el trabajo como el hombre, usando su inteligencia y su libertad, logra dominarla y hacer de ella su digna morada. De este modo, se apropia una parte de la tierra, la que se ha conquistado con su trabajo: he ahí el origen de la propiedad individual. Obviamente le incumbe también la responsabilidad de no impedir que otros hombres obtengan su parte del don de Dios, es más, debe cooperar con ellos para dominar juntos toda la tierra. [31.2]
El siguiente fragmento representa un claro ejemplo de la postura opuesta, en las palabras episcopales de León XIII, a las ideologías marxistas y liberales, respecto de las sociedades contemporáneas. Corresponde a las “alienaciones” propuestas por Marx de carácter social, político y religioso.
(…) León XIII escribía: ‘La solución de un problema tan arduo requiere el concurso y la cooperación eficaz de otros’. Estaba convencido de que los graves problemas causados por la sociedad industrial podían ser resueltos solamente mediante la colaboración entre todas las fuerzas. Esta afirmación ha pasado a ser un elemento permanente de la doctrina social de la Iglesia, (…). [60.1] El Papa León XIII, sin embargo, constataba con dolor que las ideologías de aquel tiempo, especialmente el liberalismo y el marxismo, rechazaban esta colaboración. Desde entonces han cambiado muchas cosas, especialmente en los años más recientes. El mundo actual es cada vez más consciente de que la solución de los graves problemas nacionales e internacionales no es sólo cuestión de producción económica o de organización jurídica o social, sino que requiere precisos valores ético-religiosos, (…). La Iglesia siente vivamente la responsabilidad de ofrecer esta colaboración (…). [60.2]
El siguiente fragmento corresponde a la postura de la Iglesia en contra de la ideología liberal económica.
Da la impresión de que, tanto a nivel de Naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades. Sin embargo, esto vale sólo para aquellas necesidades que son ‘solventables’, con poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son ‘vendibles’, esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas. Además, es preciso que se ayude a estos hombres necesitados a conseguir los conocimientos, a entrar en el círculo de las interrelaciones, a desarrollar sus aptitudes para poder valorar mejor sus capacidades y recursos. (…). [34.1]
A continuación, un fragmento evidencia nuevamente la oposición al marxismo, pero en este caso se tocará la base del mismo: el materialismo, tomado de Feuerbach.
Otra forma de respuesta práctica, finalmente, está representada por la sociedad del bienestar o sociedad de consumo. Esta tiende a derrotar al marxismo en el terreno del puro materialismo, mostrando cómo una sociedad de libre mercado es capaz de satisfacer las necesidades materiales humanas más plenamente de lo que aseguraba el comunismo y excluyendo también los valores espirituales. En realidad, si bien por un lado es cierto que este modelo social muestra el fracaso del marxismo para construir una sociedad nueva y mejor, por otro, al negar su existencia autónoma y su valor a la moral y al derecho, así como a la cultura y a la religión, coincide con el marxismo en el reducir totalmente al hombre a la esfera de lo económico y a la satisfacción de las necesidades materiales. [19.5]
Críticas a las ideas marxistas acerca de la propiedad privada en la Encíclica «Rerum Novarum» de León XIII. PROPIEDAD PRIVADA:
Preciso es descender concretamente a algunos casos particulares de la mayor importancia. Lo más fundamental es que el gobierno debe asegurar, mediante prudentes leyes, la propiedad particular. De modo especial, dado el actual incendio tan grande de codicias desmedidas, preciso es que las muchedumbres sean contenidas en su deber, porque si la justicia les permite por los debidos medios mejorar su suerte, ni la justicia ni el bien público permiten que nadie dañe a su prójimo en aquello que es suyo y que, bajo el color de una pretendida igualdad de todos, se ataque a la fortuna ajena. Verdad es que la mayor parte de los obreros querría mejorar su condición mediante honrado trabajo y sin hacer daño a nadie (…). [30]
El espacio geográfico de la Argentina moderna fue el hecho que atrajo numerosos conflictos limítrofes con Chile. Las relaciones entre ambos países constantemente permanecieron marcadas por las disputas de orden económico, político y militar. Para solución de ello, ambos países contiguos han firmado diversos tratados durante aproximadamente dos siglos. Comprender las tensiones que se han dado alrededor de ella es entender una parte significativa de nuestra historia. La presente investigación se apoya en los hechos de la historia argentino-chilena para realizar un análisis de la política y economía argentina –así también como un razonamiento en el aspecto militar– con respecto de Chile.
La investigación se basa específicamente en diversos materiales, tales como fascículos de historia argentina que integran la edición de periódicos latinoamericanos, enciclopedias didácticas, sitios de Internet especializados en la materia, citas bibliográficas y comprensión de las mismas, etcétera.
Conflictos entre Argentina y Chile por la obtención de las tierras australes
Hacia mediados y fines del siglo XIX, el gobierno de la Confederación Argentina comenzó a percibir con mayor interés las tierras de la Patagonia y se preocupó por poblar la región tal como lo hacia el país trasandino –es decir Chile– desde tiempos antes debido al asentamiento, en 1843, de un establecimiento conocido como Fuerte de Bulnes[1], instaurado por Manuel Bulnes[2] ante la posibilidad de que Francia o Inglaterra tomaran posesión del Estrecho de Magallanes (Chile había podido consolidar la unidad y el orden interno y en poco tiempo había comenzado un proceso de ocupación efectiva y eficaz de extensos territorios tanto al norte como al sur del país, apoyado por el ejército y su campaña contra los pueblos amerindios mapuches y en el aporte de inmigrantes provenientes del territorio de Europa a quienes se les ofreció los suelos de su país, con grandes facilidades por parte del gobierno, a fin de explotarlos). La Confederación, por su parte generó potentes protestas debido a la fundación de esta institución, por considerarlo como “un ataque a la integridad del territorio argentino y su derecho de soberanía territorial”[3].
Los decidores argentinos veían a la Patagonia como muy importante fuente proveedora de lana y carne ovina (los cuales se habían convertido para la época en los principales productos de exportación al continente europeo y en grandes generadores de divisas). Otro punto lo constituía la posibilidad de obtener una salida hacia el océano Pacífico. La cual abriría una vía de comunicación importantísima y cortaría “de raíz” las ambiciones chilenas sobre el estrecho.
En Chile, la importancia radicaba no tanto en la Patagonia sino en el Estrecho de Magallanes y en la Isla Grande de Tierra del Fuego, que eran contemplados por la ciudad de Santiago como cuestión de seguridad nacional por lo que había que obtener el control total de la superficie para asegurarse una directa comunicación al océano Atlántico. En cambio, la primera significaba más bien un acceso a mejores tierras y recursos, y también un canal hacia el océano Atlántico, aunque no de una importancia vital como la constituía el estrecho de Magallanes.
Las relaciones entre ambos países habían llegado casi al estancamiento. Se cerraron algunos tratados en 1877 y 1878 pero la rigidez de las posturas de los actores no hizo más que polarizar la situación y aumentar las tensiones. El poco avance en las negociaciones para un arreglo pacífico y la ruptura de relaciones diplomáticas, despertaron el interés de los participantes por solicitar la mediación de Estados Unidos. Fue el gobierno chileno quien por intermedio del gobernador norteamericano en su país Thomas O. Osborn, expresó su deseo de negociar. Éste tomó contacto con su colega en Buenos Aires, Thomas A. Osborn, y le acercó una serie de propuestas de los dirigentes chilenos con la intención de que fueran analizadas por las autoridades de la Casa Rosada y sirvieran como base para una futura ronda de negociaciones. Entre las propuestas se encontraban:
Someter la cuestión tal y como estaba planteada en el Tratado de 1855 (Uti Possidetis Juris[4] de 1810).
Ceder al árbitro el poder de formular la cuestión a ser determinada.
Ceder al presidente norteamericano la facultad de determinar la forma de la cuestión a realizarse.
Las propuestas fueron presentadas a Julio Argentino Roca [1843 – 1914] y su gabinete. Se decidió rechazar el recurso al arbitraje[5] para toda el área ya que Argentina consideraba que la Patagonia estaba fuera de cualquier discusión. Chile había reconocido en acuerdos anteriores la soberanía Argentina sobre dicha zona.
Chile contrapuso la propuesta argentina y sentaron las bases para un nuevo acuerdo, por el cual se trazaría una línea divisoria de aguas (Divortium Aquarum) en la cordillera, en la latitud 52º sur hasta los 70º longitud oeste y desde allí otra línea con dirección al sur hasta el Cabo Vírgenes. Todas las tierras situadas al norte de esa marca y la Isla de los Estados serían para la Argentina y las que se encontraran al sur, para Chile.
Así buscó sellar definitivamente un acuerdo con la Casa Rosada, aunque seguía firme en su postura de no partir la Tierra del Fuego. Thomas A. Osborn comunicó a su par, que Argentina insistía en que se respetara el Tratado de 1876 y se dividiera el archipiélago fueguino según lo estipulado entre Barros Arana e Irigoyen. Finalmente después de varias idas y venidas Chile aceptó la neutralización y desmilitarización del Estrecho de Magallanes propuesta por Buenos Aires, y ésta hizo lo propio con la partición de Tierra del Fuego que los chilenos habían acercado.
El 23 de julio de 1881 se firmó en la capital argentina el tratado que pondría un punto final a los conflictos limítrofes entre ambos países. El texto estipulaba lo siguiente:
“La cordillera de los Andes de norte a sur hasta el paralelo 52º de latitud como límite entre Argentina y Chile. La línea fronteriza debía correr por las cumbres más elevadas que dividen aguas y por entre las vertientes que se desprenden a uno y otro lado. En el norte del estrecho de Magallanes, el límite estaba formado por una línea que, partiendo de punta Dungeness, tocaba el monte Dinero y el monte Aymond hasta llegar a la intersección del meridiano de 70º con el paralelo 52º, de aquí seguía el oeste la línea de este paralelo hasta el Divortium Aquarum de los Andes. Los territorios que quedaban al norte pertenecían a la Argentina y los del sur a Chile. Con esto el gobierno argentino reconocía la soberanía chilena sobre el estrecho de Magallanes y el chileno aceptaba los reclamos argentinos sobre la Patagonia”.
En ambos países limítrofes se dieron manifestaciones a favor y en contra de la firma de este acuerdo. Por el lado de Chile ciertos políticos pusieron objeciones a la desmilitarización del estrecho, ya que éste era de vital importancia para los intereses del país pero el rechazo a esta cláusula del tratado hubiera endurecido la postura de ambas naciones y se habría quedado sin lo que más deseaba, la conexión entre los dos océanos, la llave al Atlántico y se hubiera hallado encerrada en el Pacífico, con un estrecho taponado y controlado por Argentina.
Por otro lado, aun en 1881 el país se encontraba en guerra con Bolivia y Perú y necesitaba evitar abrir un segundo frente de combate al oeste. Chile obtuvo lo siguiente:
Reconocimiento de su soberanía sobre parte del estrecho y la isla de Tierra del Fuego.
Paz con Argentina, muy importante ya que daba fin a las posibilidades de un enfrentamiento bélico.
Consolidación del frente norte que, desde ese instante le allanaría el camino para orientar todos sus esfuerzos y recursos a obtener una clara ventaja sobre sus enemigos. La política de expansión seguiría su curso aunque luego desembocaría en otro conflicto con Argentina por Punta del Atacama.
El gobierno argentino presentó el tratado como un triunfo de la diplomacia del país, porque Chile renunciaba a la Patagonia y por medio de ella a una salida al océano Atlántico. Así se afirmaban las posiciones tomadas luego de la Campaña del Desierto[6] y esa gran cantidad de tierra se incorporó efectivamente al territorio nacional.
Los partidarios del mantenimiento de la paz y los productores agropecuarios defensores del libre comercio habían triunfado una vez más sobre quienes defendían una postura de política de poder y exigían un trato más severo con la vecina nación. A pesar de haber llegado a un arreglo pacífico y de que las relaciones hayan vuelto a la normalidad luego de 1881, no pasaría mucho tiempo para que comenzaran a verse el horizonte nuevos inconvenientes, esta vez relacionados a la ambigüedad de ciertos términos del tratado en lo que se refería al criterio de división de la cordillera y a la demarcación de la frontera.
Litigio sobre la división de la cordillera y la demarcación de la frontera
Cordillera Argentina
Según lo estipulado en el convenio, la línea demarcatoria correría por las más altas cumbres que dividían aguas. El problema era que al sur del paralelo 40º la particular configuración de la cordillera de los Andes era tal, que no siempre las más altas cumbres coincidían con la divisoria de aguas. En conflicto se centró en la interpretación que cada gobierno dio a aquel artículo. En la Argentina, la demarcación debía realizarse de acuerdo al criterio de las más altas cumbres, independientemente de si dividían o no aguas. Pero en Chile, el criterio del Divortium Aquarum era el que tenía mayor validez.
De haber prevalecido el primero seguramente la frontera se ubicaría mucho más al oeste y hasta quizás podría darle a la Argentina, a la altura de Puerto Natales, una salida al océano Pacífico. En cambio la postura chilena representaba un avance significativo de los límites al occidente.
Una serie de conflictos en la zona hacia 1881 y 1883, entre los que se encontraban ciertas incursiones tanto del ejército argentino como del chileno, alertó a los gobiernos y los obligó a sentarse a negociar nuevamente para tratar de hallar una solución que sellara definitivamente el problema limítrofe. Al mismo tiempo que los representantes prevalecientes del problema cerraban posiciones en torno al criterio de delimitación y se negaban a discutir, comenzaron a buscar alianzas con otros países de Sudamérica con el objeto de presionar al otro y obligarlo a ceder. Argentina inició a fines de 1889 un acercamiento al Brasil que puede verse claramente en la primera Conferencia Panamericana de ese año. Ambos países presentaron para su discusión una propuesta de arbitraje que afirmaba lo siguiente: “El arbitraje internacional es un principio del derecho público americano al que las naciones reunidas en esta conferencia adhieren, por decisión, no sólo para resolver cuestiones referentes a límites territoriales, sino también respecto de todas aquellas cuestiones en las que el arbitraje es compatible con la soberanía”.
Los chilenos reaccionaron con hostilidad y temor, ya que se ponían en peligro los planes respecto del área del océano Pacífico y se daba a Bolivia y Perú la oportunidad de reprobar públicamente la actitud chilena y les permitía sumar adherentes a su causa. La propuesta fue aprobada por unanimidad y los diplomáticos chilenos se vieron imposibilitados de impedirlo.
En 1891, un conflicto diplomático entre Chile y Estados Unidos por el desembarco de la tripulación del vapor norteamericano Baltimore en el puerto de Valparaíso (Chile), dio la posibilidad a la Argentina de propiciar un acercamiento a este último país, destinado a fortalecer la posición negociadora del gobierno con respecto a su vecino, sacando ventaja de la debilidad del mismo.
Argentina aprovechó también la situación para ocupar efectivamente el terreno como forma de obtener control. Fundó asentamientos y otorgó concesiones a aquellos interesados en iniciar actividades productivas en la Patagonia. Todo esto como consecuencia del extraordinario crecimiento de la economía durante las últimas décadas del siglo XIX.
En 1893 se firmó un protocolo aclaratorio conocido como Errázuriz-Quirno Costa por el cual la Argentina renunciaba a tomar posiciones en el océano Pacífico y Chile en el Atlántico y se convinieron algunos puntos con relación a la Isla Grande de Tierra del Fuego. Por lo demás, este protocolo no consiguió eliminar las imprecisiones del tratado anterior.
Hacia fines de siglo, estos países habían avanzado poco y nada en los trabajos de delimitación en la zona dada la falta de acuerdo entre los ingenieros de uno y otro lado. El desacuerdo llevó a las autoridades a firmar otro protocolo en 1896 en el que ambos gobiernos recurrían al arbitraje de Inglaterra como forma de establecer criterios que permitieran finalizar las tareas de demarcación.
Los sectores belicistas de cada nación reclamaban la puesta en marcha medidas más duras; incluso algunos pedían abiertamente el uso de la fuerza. Como consecuencia de estas presiones, tanto argentinos como chilenos se encaminaron hacia una carrera armamentista que estuvo a punto de llevarlas a la guerra.
Ambos países encargaron la construcción de grandes buques y acorazados a astilleros de Europa y Estados Unidos, con esta política intentarían quebrar el equilibrio de poder de la región a favor suyo. La cuestión limítrofe quedaba en un segundo plano. Lo cierto es que para hacer frente a la escalada armamentística, debieron endeudarse muy fuertemente, lo que provocó consecuencias de tipo económico y financiero como la crisis de 1890 en Argentina.
Las cosas llegaron a tal punto de tensión, que el presidente chileno Federico Errázuriz creyó oportuno negociar directamente con Roca una solución a las controversias. Sus gestiones dieron como resultado la “Conferencia del Estrecho” el 15 de febrero de 1899 entre los dos jefes de estado en la región de Magallanes.
La solicitud de mediación a Londres y el fallo Buchanan sobre Puna del Atacama. La solicitud de arbitraje británico se produjo formalmente el 23 de noviembre de 1898, a lo que el Foreign Office (Oficina de Asuntos Extranjeros) respondió que la reina Victoria (gobernó Inglaterra durante 64 años, entre 1837 y 1901) aceptaba mediar en la disputa que sostenían argentinos y chilenos. Evidentemente los intereses británicos en región llevaron al gobierno a aceptar la solicitud dado que una guerra hubiera dañado o bloqueado el comercio de esta nación con los dos países que constituían los principales receptores de manufacturas ingleses en Sudamérica y a su vez, se habían convertido en fuentes importantes de productos primarios para el Imperio. Argentina con sus carnes y cereales y Chile con sus minerales.
El fallo sin embargo, no se conoció hasta 1902. Los británicos se tomarían su tiempo antes de llegar a una decisión. De aquí en más la tensión iría disminuyendo de intensidad y los gobiernos se pusieron a trabajar para encontrar un acuerdo definitivo, que culminaría con la firma de los Pactos de Mayo en 1902 (Tratado de Equivalencia Naval, Paz y Amistad).La negociación que dio lugar a los pactos no fue sencilla porque ambos países tenían todavía ciertos recelos mutuos con relación a los verdaderos intereses que cada uno de ellos poseía.
Antes de llegar a un acuerdo, el gobierno argentino procuró poner en el tapete la cuestión de la limitación de armamentos que tantos dolores de cabeza y dinero les había costado. Por su parte, los chilenos indicaron que se negarían a firmar cualquier tratado en el que no estuviera especificada una cláusula por la cual Argentina debía comprometerse a no intervenir en los asuntos del Pacífico.
Luego de arduas discusiones, el 28 de mayo de 1902 el canciller chileno José F. Vergara y el embajador argentino en Santiago José A. Terry firmaron en la capital transandina los llamados Pactos de Mayo. Los mismos constaban de cuatro cuerpos principales:Acta o Cláusula Preliminar por la cual los argentinos renunciaban a cualquier tipo de política expansionista en el Pacífico.
Tratado General de Arbitraje por el que se designaba al gobierno británico como mediador.
Convención sobre Limitación de Armamentos Navales. Los gobiernos argentino y chileno renunciaban a la adquisición de los acorazados que estaban en construcción y se comprometían a disminuir sus escuadras.
Acta de solicitud al árbitro de fijación de los hitos demarcatorios.
La firma del tratado generó grandes expectativas a ambos lados de la cordillera ya que significaba el fin de los conflictos limítrofes entre estas naciones, aunque no faltaron quienes criticaron la debilidad de la diplomacia argentina por haber cedido a las presiones del gobierno de Santiago. Solo había que aguardar el fallo inglés. Así mismo, fue bien recibido en Europa y sobretodo en los EE.UU., especialmente en lo que se refiere al acta de limitación de armamentos, ya que constituía el primer intento exitoso de reducción de armamentos en el mundo.
A pocos meses de la firma del tratado, el 20 de noviembre de 1902 se conoció por fin el laudo de la Corona. El mismo fue comunicado por el rey Eduardo VII (Victoria había fallecido en 1901 con lo que se atrasó la resolución) por intermedio del Foreign Office. Los argentinos recibirían algo menos de 40.000 km. cuadrados de la zona en disputa y Chile alrededor de 55.000 km. cuadrados. El gobierno de su Majestad otorgaría la asistencia técnica necesaria para cumplir con lo que faltaba de la demarcación del territorio. Si bien era cierto que la Argentina recibía menos territorio que Chile, la mayor parte adjudicado a éste estaba constituida por montañas áridas y no había más de 1000 kilómetros medianamente útiles. Sin embargo los gobiernos coincidieron en reconocer el fallo.
De todas maneras los conflictos resurgieron en 1904 en torno al canal de Beagle y otras islas al sur del mismo.
Conflicto por el Canal de Beagle
Canal de Beagle
Disputa mantenida entre Chile y Argentina por la soberanía de las islas situadas al sur del canal de Beagle. Ambos estados se vieron obligados a negociar para acabar con las diferencias de interpretación del Tratado de 1881 que surgieron respecto de dichas islas (Picton, Nueva y Lennox).
Ante las discrepancias sobre su pertenencia, el 4 de mayo de 1938 se suscribió un protocolo de arbitraje, que daba competencia al procurador general de Estados Unidos, Hommer Cummings, el cual fue objetado por Argentina. El 11 de diciembre de 1967, el presidente chileno Eduardo Frei Montalva determinó que era necesario recurrir al arbitraje del gobierno británico, lo cual no fue aceptado por el gobierno argentino hasta 1971, pero condicionado a la intervención previa de un tribunal creado para la ocasión. De este modo, la reina Isabel II nombró la Corte Arbitral Especial, integrada por juristas pertenecientes al Tribunal Internacional de Justicia de Naciones Unidas, con sede en La Haya. Su fallo se dio a conocer el 2 de mayo de 1977 y confirmó en todas sus partes la tesis chilena, determinando claramente que las islas Picton, Lennox y Nueva pertenecían a la República de Chile.
Sin embargo, las discrepancias continuaron, por lo cual el 19 de enero de 1978 se reunieron en Mendoza los presidentes Augusto Pinochet, de Chile, y Jorge Rafael Videla, de Argentina, conociéndose posteriormente que este último país no aceptaba el laudo arbitral de la reina Isabel II y lo declaraba nulo. Sin embargo, ambos estados llegaron al acuerdo de recurrir a la mediación de Juan Pablo II (1979), asegurada por una comisión a cargo del cardenal Antonio Samoré. El 12 de diciembre de 1980, el Vaticano entregó la respuesta, pero los argentinos nuevamente rechazaron la decisión. Finalmente, el 18 de octubre de 1984 se firmó en el Vaticano el Tratado de Paz y Amistad chileno-argentino sobre la diferencia limítrofe del canal de Beagle. Terminaba así una gestión efectuada por el Papa durante casi seis años de mediación con el objeto de evitar el conflicto bélico.
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[1] El llamado Fuerte de Bulnes fue fundado en el año 1843 por Juan Williams Rebolledo [nacido en Curacaví, Chile, en el año 1825 y fallecido en Santiago, del mismo país, en 1910] en el Estrecho de Magallanes. [2] Militar y político chileno, nacido en Concepción en el año 1799 y fallecido en Santiago de Chile en 1866, presidente de esa República entre los años 1841 y 1851. [3] Mensaje pronunciado por Felipe Arana (1786-1865), político y abogado argentino, enviado a la ciudad de Santiago de Chile. [4] Expresión latina que significa “poseerás como poseías”, es decir los territorios serían aquellos que se poseían en 1810 según la división político-administrativa establecida por España en sus colonias americanas. [5] Procedimiento a través del cual personas naturales o jurídicas pueden someter, luego de un previo convenio, una decisión que sirva para dirimir todas las cuestiones, disputas y diferencias que puedan existir o emerger. [6] Expedición argentina a la región Patagónica comandada por el general Julio Argentino Roca. La conquista quedó asegurada entre mayo y octubre de 1878 y junio de 1879.
Se puede describir simplemente a la epistemología como “la filosofía de la ciencia”. Analizando etimológicamente la palabra, es fácil ver que deriva del griego episteme (ἐπιστήμη), que significa “conocimiento”, y logos (λόγος), “estudio”. Es decir, la epistemología es la rama de la filosofía cuyo objeto de estudio es el conocimiento.
Esta rama de la filosofía, como teoría del conocimiento, pone su interés en estudiar ciertas problemáticas –tales como las circunstancias históricas y psico-sociales que llevan a responder preguntas tales como “¿de dónde se obtiene el conocimiento?”–, definiciones precisas y claras de conceptos usuales dentro de su campo de estudio –como el significado de la verdad, la realidad, la objetividad y la justificación–, entre otras cuestiones.
Uno de los más grandes expositores contemporáneos de la epistemología fue Mario Bunge (físico, filósofo y humanista argentino, 1919-2020). En cuanto a su texto “Epistemología, curso de actualización” (2002) Bunge explica que la filosofía de la ciencia o epistemología es la rama de la filosofía que estudia la investigación científica y su producto, el cual es el conocimiento científico.
El presente informe va dirigido a esta rama de la filosofía en particular, por lo que girará en torno a su historia, su presente y futuro como disciplina, sus mayores pensadores, el análisis arduamente hecho a lo largo de los años en cuanto a los temas que contempla, etc., con el fin de manifestar la relevancia de los conocimientos y estudios que presenta.
Los inicios de la epistemología.
Los comienzos de la epistemología radican en el Renacimiento. La observación, la experimentación y el análisis de la realidad en la vida cotidiana, en la experiencia humana, dio origen, sin dudas, al conocimiento científico.
Es importante en este punto mencionar la conformación del “Círculo de Viena”, un grupo de epistemólogos, sólo algunos de ellos profesionales, que se reunían con el fin de intercambiar ideas. A este círculo pertenecían matemáticos, filósofos, historiadores, científicos sociales y científicos naturales.
Uno de los filósofos y teóricos de la ciencia más estudiados y conocidos en años anteriores al presente curso, Karl Raimund Popper (1902-1994), estuvo muy relacionado con este Círculo, cuya actividad fue breve pero muy influyente para la epistemología posterior.
El Círculo de Viena cambió el modo de pensar la filosofía, sin embargo, tenía un defecto: se encontraba subyugada a la tradición empirista e inductivista de pensadores anteriores, nada compatible con la epistemología realista que caracteriza al enfoque científico. La filosofía lingüística fue quien “suprimió del mapa” al Círculo del Viena, el cual culminó cuando Austria se anexó a Alemania.
Guillermo Boido en su Noticias del Planeta Tierra. Galileo Galilei y la revolución científica (Editorial A-Z) explica por qué para ciertos filósofos (como Carnap o Nagel), las consideraciones históricas poco importan en su indagación sobre qué es la ciencia.
Expone: “coincidiendo con una afirmación de la historiografía whig, atribuyen a la ciencia una existencia objetiva en todo período histórico, y a sí mismos la tarea de caracterizarla conceptualmente.” Es importante recordar aquí que la historiografía whig es aquélla que considera que los desaciertos han sido debidos a la ceguera individual, o a la obstinación y demás errores en relación con la ciencia. La historia resultante es un relato que nace de las asunciones y culmina en las conclusiones.
La historiografía de tipo whig implica la pérdida de lo esencial de los relatos históricos. Al redactarlos, deben tener suficiente extensión y calidad en la escritura, con el objetivo de que permitan captar la textura del período analizado. La comprensión histórica real no se logra a través de la subordinación del pasado al presente, sino haciendo que el pasado sea el presente y analizando los hechos como si se estudiaran en otro siglo diferente al que transcurre.
Es por ello que, a continuación, Boido decide ahondar en los temas relacionados con las revoluciones científicas. Dicho autor diferencia: “Como dice Cohen, definir qué es una revolución científica es tarea de filósofos, pero el historiador puede determinar si, en cierto momento del pasado, se ha producido o no una revolución aunque carezca de tal definición.
Los historiadores pretenden, más bien, analizar las etapas del desarrollo, las pruebas de existencia y la transformación de ideas que caracterizan a los episodios que, por concenso, han sido considerados revolucionarios”. Sin duda, las revoluciones científicas sentaron las bases de la ciencia moderna, en especial de la astronomía, la biología, la medicina y la química, y su estudia queda delegado a los pensadores epistemólogos que sean capaces de ver la ciencia desde un punto de vista externo a la época en la que viven, es decir, anacrónicamente, estudiando el antes, el durante y el después de los hechos. Si esto no fuera así, ¿cómo saber si el mismo epistemólogo no se encuentra inmerso en el paradigma del momento? El filósofo de la ciencia debería darse de cuenta de ello y poder escribir y pensar “desde fuera”.
Bunge, en su texto La nueva epistemología, propone abordar los siguientes problemas: lógicos, semánticos, gnoseológicos, ontológicos, éticos y estéticos. De esta forma la epistemología podrá realizar contribuciones a la ciencia. El filósofo de la ciencia alejado de la problemática científica de su tiempo puede ser útil estudiando algunas ideas científicas del pasado.
El epistemólogo atento a la ciencia de su tiempo puede ser aún más útil, ya que puede participar del desarrollo científico, aunque sea indirectamente, al contribuir a cambiar positivamente el trasfondo filosófico de la investigación, así como de la política de la ciencia. En particular, el epistemólogo casado con la ciencia y con las herramientas formales de la filosofía contemporánea.”
Bibliografía
Boido, Guillermo. Noticias del Planeta Tierra. Galileo Galilei y la revolución científica (Editorial A-Z).
Bunge, Mario. La ciencia. Su método y filosofía. “¿Qué es la Ciencia?”.